Las Egipcias

“Oh Isis….

Eres la Señora de la tierra,

Has hecho que el poder de las mujeres

Sea igual al de los hombres”

Himno a Isis (Papiro de Oxirinco)

Una civilización se modela sobre un conjunto de arquetipos o de mitos, que son los que conformarán el estilo de vida, el modo de ser y los objetivos de ser humano que la va a construir, mantener y sostener de este modo. La mujer en Egipto no era como en el cristianismo, fuente del mal ni de una desnaturalización del conocimiento, sino todo lo contrario, era ella, a través de la grandiosa figura de Isis, quien había superado los peores obstáculos y descubierto el secreto de la resurrección.

Isis fue el modelo de reinas, esposas y madres, así como de las mujeres más humildes. A su fidelidad sumaba un valor indestructible ante la adversidad, una intuición fuera de lo común y la capacidad de penetrar el misterio. Ella es el modelo o el arquetipo que toda mujer egipcia tiene como protectora e inspiración de sus actos. Aquí es sin duda, donde reside el secreto de la belleza, serenidad, luminosidad y sabiduría de la Mujer egipcia.

La percepción del papel de la mujer celeste, de las diosas, de la polaridad femenina durante la creación, está en la raíz del respeto que la civilización faraónica manifestó a las mujeres y del papel que les atribuyó en la sociedad, desde “esposa del Dios”, “gran esposa real” hasta ama de casa, desde adoratriz divina hasta sirvient

Las egipcias conocieron un mundo en el que la mujer no era la adversaria ni la rival del hombre. Un mundo que les permitía vivir la plenitud como esposas, como madres, en el trabajo, como iniciadas en los misterios del templo, sin renunciar a su identidad a favor del varón. Un mundo en el que tenían pleno acceso a lo sagrado.

La mujer egipcia afirmaba su nombre y su personalidad, sin que ello significara entrar en un proceso de competencia con el hombre, ya que tenía la posibilidad de expresar plenamente su capacidad como persona consciente y responsable. La mujer casada conserva su apellido y su nombre. No adoptaba el del marido y tenía a orgullo recordar su filiación materna, como hija de…

No puede negarse que las egipcias disfrutaron de unas condiciones de vida muy superiores a las que conocen en nuestros días millones de mujeres. La igualdad entre hombres y mujeres, fue uno de los valores esenciales de la civilización faraónica. En ninguna otra cultura se han vuelto a repetir los logros de las mujeres egipcias, quizás porque esos valores eran demasiado amplios, demasiado libres y creativos, para quedar presos de las religiones dogmáticas.

Llama la atención hoy, el inmenso respeto de que era objeto la mujer. Bella, serena, luminosa, la mujer egipcia contribuyó de forma muy activa a la construcción cotidiana de una civilización que hizo culto, entre otras diosas de Maat (Verdad, Justicia, Confianza) el Equilibrio cósmico, la armonía. De Isis-Hathor, la Gran Madre, “Grande y rica en Magia”, Aquella que nada ignora del Cielo y la Tierra, Maga y Sabia, “La Poderosa”.

“Su corazón era más hábil que el de un millón de hombres.

Era más eminente que un millón de dioses

Era más perspicaz que un millón de nobles fallecidos

¡en el cielo y en la tierra no había nada que no supiera!”

Texto que habla de la “Destrucción de la Humanidad

La moral en Egipto, no es un adorno intelectual, sino que configura todo un estilo de vida. Es el esqueleto y la sangre de este esquema civilizatorio, influyendo hasta en los más pequeños aspectos cotidianos. En este país, son los libros de moral o sabiduría los que dictan la conducta a seguir, tanto en familia como en el ejercicio de la profesión de cada uno.

En la relación con la esposa estaba excluida la violencia, algo siempre condenable, donde debe predominar el respeto, sin él, el amor puede durar. Otra cualidad que llenaba a la pareja era la alegría de vivir. La actitud justa de un buen marido era, no causarle ninguna pena, ni ofenderla, ni desampararla. Su esposa era la “compañera venerada por su marido, la hermana bienamada cara a su corazón”. Pues ella es “rica de vida y trae la felicidad”.

La mujer era igual a su marido y entre ellos reinaba una profunda complicidad. En las esculturas la mujer con sus gestos, casi secretos, que traducen una actividad mágica, le protege, velando por la supervivencia de la pareja, para que nada le dañe. Los miembros de la pareja se reparten las responsabilidades y en este marco se desarrolla una vida con muchas facetas.

Esta unión no necesitaba de ninguna iglesia para ser bendecida, pues bastaba ante el pueblo que una pareja viviese bajo el mismo techo un tiempo para ser considerado por todos como matrimonio. Igualmente, si por distintas circunstancias éste se rompía, bastaba con vivir separados un tiempo, fuera de la misma casa, para darse por terminado ante la sociedad.

Cada sexo era por definición complementario del otro, representaba un papel concreto, siendo ambos igualmente respetables y necesarios para la perpetuación de la vida. Cada uno tenía su sitio, su papel. La incontestable igualdad de los dos sexos en Egipto, no era el resultado de una lucha protagonizada por la mujer del Nilo, para conseguir un deseado ascenso. Dios la había hecho mujer y no se trataba de renegar de ese estado, sino de cumplir de forma útil con su papel en la sociedad. Eran conscientes de la necesidad de respetar la tradición ancestral, a la que esta civilización se encontraba profundamente unida. Para que no se produjera “una ruptura del equilibrio” en el orden establecido, había que vivirla y mantener así “lo que había sido establecido desde los tiempos del dios”.

Ser esposa, madre y señora de la casa, junto a un ser amado que sabía responder al esfuerzo realizado, ése era el Ideal. La instrucción y la educación seguían siendo esenciales para la formación de aquella que siguiendo su destino, sería llamada a enfrentarse a ciertas responsabilidades. Ya que no había ningún impedimento para que ascendiera tan alto como pudiera. Esto se produjo en todos los niveles de la sociedad. De ahí que el universo del conocimiento estaba enteramente abierto a la mujer egipcia. En tiempos de los faraones una mujer podía desempeñar las más altas funciones sagradas, como hemos visto, ocupando el puesto de “esposa del dios”, Aquella que mediante un acto mágico esencial, sostiene mediante su Amor, la energía del dios Amón, para que el amor divino siga alimentado Egipto y así poder vivir en armonía con lo invisible.

Así como no había desigualdades entre hombres y mujeres sobre el suelo egipcio, tampoco las había en el cielo, en el Amenti (“La Tierra de Amón”), ni en el terreno del espíritu. A este magnífico despliegue de la espiritualidad femenina, que no ha vuelto a repetirse desde la desaparición de la civilización faraónica, se añadía otra dimensión, no menos admirable, la ausencia de rivalidad espiritual e intelectual entre hombres y mujeres, que trabajaban conjuntamente en los templos y formaron comunidades dirigidas indistintamente por un hombre o por una mujer. Si bien existían caminos iniciáticos específicamente masculinos o femeninos, éstos coincidían en lo esencial.

Estos enseñaban que el papel de la mujer de siempre, es transmitir su Energía, para “Dar Vida”, en cualquier plano de la manifestación. Siendo hijas de la Gran Madre, debían ser sus representantes en la tierra, sus encarnaciones, actualizando y asumiendo estas potencias. Sirviendo, de este modo, como soportes de una civilización que favorece la evolución de la Vida. Este era su motor interior, la inspiración para el quehacer cotidiano. Como Maat, debían velar por el mantenimiento de la armonía y la relación entre el cielo y la tierra. Como Isis, velar por la Vida de Egipto “la tierra bienamada”, en todos sus aspectos.

Sus modelos no eran ídolos de cartón piedra, ni espejismos, ni fantasías humanas, eran Ideas, Arquetipos, que representaban “Misterios de la Naturaleza”, “Potencias del Cosmos”, que debían “despertar” en su interior. Ciertamente Egipto fue “El reino de la espiritualidad femenina”.

Poemas de amor del Papiro Chester Beatty I

“Deseamos reposar juntos,

Dios no puede separarnos

Tan cierto como lo que dices, yo no te abandonaré

Andes de que de mí te hayas cansado

No queremos más que estar sentados, cada día, en paz

Sin que ningún mal acontezca

Juntos iremos al país de la Eternidad

Para que nuestros nombres no sean olvidados

Qué bello será el momento

Cuando veamos la Luz del Sol

Eternamente, como Señores de la Necrópolis”

La mujer sabia y maga, era “como un loto que renace a cada instante, convertida en la primera mañana del mundo y en el primer rayo de luz”. Tal era su poder de renacimiento, de renovación constante, gracias a la identificación con la Fuerza de las diosas a las que servía de puente y mensajera.

El poema «Gran Alegría del Corazón» decía así, describiéndola:

«La única, la bien amada, la sin igual,

la más bella del mundo

Mírala, igual que la estrella brillante del Nuevo año

En el umbral de un buen año

Aquella cuya gracia brilla, cuya piel resplandece con un tierno reflejo

Ella posee unos ojos de mirada límpida

Y labios de dulce hablar

Nunca una palabra superflua sale de su boca

Ella, cuyo cuello es largo y el pecho luminosos

Está dotada de una cabellera del color del lapislázuli pulido

Sus brazos sobrepasan el brillo del oro

Sus dedos se asemejan a cálices de loto

Aquella cuyas piernas defienden la belleza,

Aquella cuyos andares están llenos de nobleza

Cuando posa los pies sobre la tierra

¡Con su beso conquista mi corazón!

Ella hace que el cuello de todos los hobres

se gire par amirarla

Y cada uno (de ellos) a quien saluda es feliz;

se siente entonces el más importante de los jóvenes

¡Cuando sale de su residencia

uno cree estar viendo a Aquella-que-es-única!

Cuan importante fue, es y será el papel de la Mujer, hija de Isis. Ante este prodigio de civilización y de pueblo, ante esta belleza sin par, llena de magia y saber, que fueron las mujeres egipcias, Alma de Egipto, surge en nosotros el deseo de seguir respirando su especial perfume y embriagarnos de eternidad. Hoy y aquí, hacemos nuestro el sentir de Isis, con verdadera y profunda añoranza.

Dicho por Isis:

“Mi corazón aspira a reunirse contigo

Y mis ojos te reclaman

Es maravilloso contemplarte”.

(Papiro Berlin)

Entre el placer y el dolor,

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Entre el placer y el dolor, está el Amor. Entre aquello que nos satisface exageradamente, y aquello otro que nos duele profundamente, cabe la serena sencillez del Amor.

En medio de la variabilidad de estas dos emociones extremas, encontramos al Amor, como expresión del sentimiento por excelencia.

Amor es hoy la palabra más usada, y el sentimiento menos sentido….

La dificultad para sentir, verdaderamente sentir, Amor, estriba en que para ello nos es indispensable una gran cantidad de armonía; debemos antes haber reconocido en nosotros el perpetuo juego de Maya que nos lleva de un extremo al otro, de los placeres a los dolores, sin dejarnos aquietar en la estabilidad de la completura del Amor.

En el Amor todo cabe: una dosis de placer que lo hace soñar; una dosis de dolor que lo hace experimentar….

El Amor es una profunda necesidad de unión con aquello que nos hace falta. Aunque sentimiento por excelencia, el Amor es una manifestación de la carencia de los hombres. No se ama lo que se tiene, lo que se tiene está simplemente con o dentro de nosotros, formando parte de uno mismo. Se ama aquello que falta, lo que se necesita, lo que queremos atraer hacia nosotros con los fuertes brazos del deseo.

Se ama lo que nos completa, lo que agrega en nosotros aquello que no tenemos. Por eso el hombre ama a la mujer, y la mujer al hombre…

El Amor busca aquello que necesita, lo que le falta para lograr la completura. Por ello, el Amor es una fuerza poderosa que atrae las cosas, que une los opuestos, los conjuga, los funde y complementa de forma que donde había dos objetos, sólo resulta uno. Es como un imán que busca y atrapa su contraparte.

El Amor se expresa de manera total cuando se realiza en Acto, cuando pasa del deseo de lo necesario a la fusión de lo necesario dentro de uno mismo. Cada acto de Amor es un acto que nos lleva naturalmente hacia una mayor perfección, hacia un más acabado desarrollo».